SERÁ UNA ESTRELLA
ALDEMAR CORREA SERÁ UNA ESTRELLAAldemar Correa nació para triunfar. Es el protagonista de la película de Simón Brand, Paraíso Travel, basada en la novela del escritor Jorge Franco. John Leguízamo, compañero de set, destaca EL talento de Correa. Casi desconocido hoy, mañana será el gael garcía colombiano...Por Óscar Castaño LlorenteFotos: Mauricio Vélez
Antes de rodar cada escena que comparten en la película Paraíso travel, John Leguízamo le repetía a Aldemar Correa el mismo consejo una y otra vez en su español machacado y sin adjetivos: “Variedad y memoria del cuerpo”. Aldemar le contestaba afirmativamente con la cabeza, hacía muecas exageradas para flexibilizar el rostro y respondía que ya estaba listo. Simón Brand, el director, gritaba “¡Acción!”, y Aldemar se convertía en Marlon, protagonista del filme, un ingenuo vagabundo, un habitante del andén que busca a su novia entre los millones de habitantes que tiene Nueva York. Al terminar cada escena desde las primeras, incluso desde el mismo casting, los comprometidos con el rodaje de Paraíso travel fueron confirmando que habían acertado en la elección del protagonista. Nadie mejor que él, Aldemar Correa, para cargar la antorcha ante tantas dudas. Jorge Franco, autor de la novela, quería a alguien sensorial que también fuera un colombiano raso hasta en las pestañas. Simón Brand había rechazado la propuesta de dirigir el próximo largometraje que protagonizará Jim Caviezel, para poder filmar el del colombiano. John Leguízamo, que venía del Amor en los tiempos del cólera, no conocía al elegido para el papel de Marlon. Aldemar Correa halló la horma y el peso correcto para que escritor, director y actor caminaran con el pecho inflado. Mucho antes de pensar en la idea de llevar al cine la novela de Franco, el actor la había leído de un tirón mordiéndose los labios ante cada revés que padecía Marlon. Algunos capítulos los veía con ternura, otros con sorna, y asimilaba el personaje a un coyote, a un ariete que choca una y otra vez con el mismo portón de acero. Otras veces sólo atinaba a pensar: “¡Ah!, este man es un güevón”. Y también advirtió que ambos fueron dibujados con la misma tinta porque se habían hecho hombres en la calle, con un hogar estable, “pero en la calle”.
El camaleón “La educación y la sociedad son los castradores del hombre”, dice Aldemar, que hasta los cinco años creció con los abuelos en Ituango, norte de Antioquia, en una casa campesina de puertas abiertas que hacia afuera muestra con impecable holgura las pulcritudes del interior, los muebles, las personas, el aire perfumado de naturaleza, la libertad de la vida circulando sin misterios y el discurrir parsimonioso del tiempo. De esos primeros sorbos de niñez, él adoptó un comportamiento ajeno a tabúes, silvestre, en el que da igual estar desnudo o cubierto con bufanda y pasamontañas. “Soy impúdico. Nada más evidente que la naturaleza”. De aquella finca recuerda en especial una noche, perdido en el campo. Tenía cinco años y las nubes eran una danza que escondía y develaba la luna ante los ojos de mapache del pequeño Aldemar. Llegó a casa bien tarde, quizá en la madrugada, y tras un regaño, un abrazo y unas lágrimas, se fue a la cama pero se demoró en dormirse. La experiencia lo cambió. Lo volvió otro. Y poco o nada lo sorprende ahora. Aún a los veintiséis años sale a caminar en la noche. Se pone sus zapatillas de tenis, unos jeans y una chaqueta y se encamina a espiar almas, como un gato robándole miradas a la gente. “Me encanta la Carrera Séptima. En ella se puede gritar, llorar y bailar y nadie se inmuta”, dice Aldemar, que desprecia las discriminaciones y los rótulos.
Cuando no sale a caminar se queda mirando la misma sensual y congestionada arteria por el ventanal de la sala de su apartamento situado en la Calle 65. La mira durante horas como si apreciara un lienzo impresionista que convierte las tonalidades frías de manchas distantes y ambulatorias en transeúntes animados por sus propios afanes, y al conjunto de movimientos y situaciones captadas en tiempo real, en el rostro de un país. “A Marlon le ocurre algo semejante cuando cree posible encontrar a Reina, co-protagonista de Paraíso travel” entre las olas de la gente que viene y va en la Quinta Avenida de Nueva York.“En últimas, Marlon y yo no somos tan diferentes”, revela el actor. Para probarlo parte de su propio ejemplo y enseña cómo ambos son producto de una misma historia. Hijo de una familia de firmes principios, Aldemar era un estudiante promedio del Colegio Bolivariano de Medellín. Se destacaba en fútbol, y más adelante en natación. Las únicas breves excursiones en la actuación fueron los desfiles de los actos cívicos y en un Día Cultural en que “con mi hermano hicimos el 'oso' declamando una poesía a dos voces”.
Aldemar Correa y John Leguízamo en una escena de Paraíso Travel.
En el bachillerato era peleador, líder y amiguero y uno de tantos paisas de la generación de los años ochenta y noventa que exhiben en su cuerpo los estragos de la calle: en la parte derecha de su vientre hay una cicatriz larga cuya herida debió de ser honda. Más abajo, sobre la cadera, se encuentra otra herida menos espectacular que mide cinco centímetros. La piel del rostro en cambio es lisa y yerta y sonríe de lado haciendo que su cara parezca una luna en cuarto creciente. Entonces Aldemar terminó el colegio y gracias a un trabajo de “patinador” de estrados judiciales se vislumbraba como un formidable abogado porque a los seis meses ya redactaba demandas, interponía recursos y era amigo de los secretarios de despachos. “Lo de las demandas fue fácil: sólo era copiar minutas”. Al poco tiempo se aburrió, le pareció que la abogacía es ardua y circular, plana y repetitiva. Inició ingeniería ambiental pero a los pocos semestres conoció a un grupo de actuación “y le dije a mi mamá que mi decisión era ser actor profesional, que iba a suspender la carrera”.En las páginas de Jorge Franco, Marlon lleva una vida menos agitada, y algún imprevisto para el futuro será el del eterno empleado haciendo esfuerzos para vivir con lo estrictamente necesario. La mañana en que Reina se apareció por la vecindad cargando varios paquetes que los tres amigos de Marlon no dudaron en llevar, es el instante crucial de ambos. Ella, libre de bolsas, antes de doblar la esquina decide volver su mirada hacia él para buscar sus ojos. Es la cronología sincrónica del destino interrumpiendo el futuro del frágil protagonista hasta entonces ajeno a las afugias de la migración. Por instinto, por amor y por capricho, a Aldemar y a Marlon un guiño del destino los llevó a Nueva York.
Aldemar has a dream Estuvo en tres academias de actuación en las que contó con tres crudos y generosos maestros. La orden de Di Prietro era: “Róbele al mundo, que este mundo no es de nadie”. Vilma Sánchez le decía que a veces parecía un alma en pena. Y para la serie del Vuelo 1503 le enseñaron a jugar con las luces y las sombras, tener en cuenta cada uno de los detalles del escenario y manejar el cuerpo con la coordinación de un gimnasta. Ha sido casi una década al servicio del cuerpo interpretando otros cuerpos, y la cual empezó con la deserción de la universidad, el nacimiento de un primogénito y los días en que vendía implementos de aseo, y ahora llega por unos instantes al puerto amable de la vida. Se entendió con Simón Brand porque creen en la escuela del oficio. “Cuando dicto conferencias en universidades les digo a los estudiantes que seis años de academia no les va a enseñar tanto como un día de rodaje”, dice el director que desde un principio halló en Aldemar a un actor que respeta las órdenes y el libreto y que además lo enriquece con una infinidad de posibilidades corporales. Llegó al director durante los casting para Paraíso travel. “Cristina Umaña me recomendó. Esa primera prueba le gustó a Simón y fui citado para que a los ocho días presentara cuatro escenas de la película”. Estando en la casa de Jorge Franco, unas semanas después, “me avisaron a quemarropa que yo era Marlon”. Con John Leguízamo comparte Aldemar una coincidencia que los define como dos trashumantes de la calle. Ambos conocen Chapinero, lo han caminado, saben que es el punto limítrofe donde en relativa paz se citan las caras de todos los estratos. Leguízamo ama a Chapinero, nació en la clínica David Restrepo y allí vivió y lo defiende, lo siente suyo y quizás por eso le insistió a Aldemar sobre la memoria del cuerpo, pues para este Paraíso travel en versión de cine es ideal por ser una historia urbana. La primera vez que Aldemar se vio como Marlon fue en la discoteca Salomé. Asistió allí para aprender a bailar salsa, pues el guión así lo exigía, y de paso examinar las primeras señales de ese nuevo amigo llamado Marlon. Lo encontró torpe e inseguro, y un detalle lo desanimó: se paraba inclinando su cuerpo sobre la izquierda. Él lo hace sin inclinaciones. Su eje es el centro. No le gustó. Vino a quererlo cuando calzó sus zapatos. “Armo todos mis personajes desde el calzado”, dice el actor que ahora camina de lado. Por estos días parece un Chaplin contemporáneo introducido en el cuerpo de un paisa que dentro de unos años bien podría ser un James Dean o un Gael García. Una estrella que brillará con luz fuerte.