La FLA y la responsabilidad política
Jorge Mejia Martinez
Jorge.me...@une.net.co
¨Don Quijote representaba la juventud de una civilización: él se inventaba acontecimientos; nosotros no sabemos como escapar de los que nos acosan¨ E.M. Ciorán, Silogismos de la amargura.
El debate propuesto por el Gobernador de Antioquia sobre la transformación de la FLA lleva siete meses. Muchos sectores lo han entendido y otros no lo entienden o no lo quieren entender. La discusión no es tan sencilla como responder si se vende o no se vende, por cuanto y definir cualquier destino final de los recursos. Algunos reclaman cifras y más cifras, simplemente para embadurnar la polémica. Números hay para todos los gustos. El gran fondo del problema es político, no exclusivamente técnico; no es un asunto para ratones de biblioteca parapetados desde un escritorio. Detrás de la propuesta del gobernante de Antioquia se esconde una avanzada apreciación sobre el papel orientador del Estado, en pro del sueño de región que queremos construir arrancando con premura desde ya; mañana es tarde. Con las bienintencionadas formulas y los remedios audaces que le aplicamos a la Antioquia de hoy, cruzada por la pobreza y la inequidad en medio de la más apabullante riqueza concentrada en unos cuantos bolsillos, no dejaremos de obtener los mismos logros y los mismos resultados: mejorar algunos pocos puntos, que simplemente nos recuerdan la magnitud de la tarea.
¿Qué es lo que a final de cuentas, tiene que hacer el político? Algo tan sencillo en apariencia como difícil en el fondo: escoger entre los centenares de soluciones que la doctrina y la propia fantasía le ofrezcan, aquello que realmente coincida con las circunstancias y responda a las exigencias del momento. Aníbal Gaviria Correa escogió un camino para avanzar hacia la meta de transformar a Antioquia para que sea una región con un mayor desarrollo y con oportunidades reales para sus habitantes. El timonazo no es otro distinto a financiar la ejecución de las grandes obras, largamente aplazadas, en pro de la más moderna infraestructura para la movilidad, la conectividad y la competitividad.
Con otras palabras: convertir un activo público, generador de vegetativas utilidades, amenazadas por un entorno incontrolable, en otro(s) activo(s) público(s) tanto o más rentable(s), pero con una diferencia sustancial: el alto valor agregado en desarrollo, no ofrecido hoy por la FLA. Antioquia nunca tendrá una fuente para financiar las grandes obras jalonadoras de su progreso como el Puerto de Uraba y la Central Hidroeléctrica Pescadero Ituango, si no es con los recursos provenientes de ceder la producción de los licores, para invertirlos en otros bienes públicos más ligados al desarrollo. Como no va a ser mejor disminuir los costos de sacar los productos de la industria a un gran puerto en Necocli o Turbo, o qué incertidumbre habrá en la preferencia de vender mejor energía eléctrica que aguardiente o ron. Hablar de querer otra Antioquia moderna, justa y equitativa, sin detectar la fuente de los cuantiosos recursos para ello, es simplemente carreta. Crasa demagogia.
Los temas que hay detrás de la propuesta de vender la FLA son gruesos. No es un simple caso de privatización para atender necesidades urgentes más no importantes. Tampoco se quiere liquidar la renta. El monopolio impositivo continuará. Se trata de un manjar en la boca para políticos con visión y misión. Respeto mucho a quienes con cifras y graficas en la mano asumen la discusión. Pero hay otros que a falta de argumentación, enarbolan falsos raciocinios traídos a la fuerza de los cabellos: que por que es el último año de gobierno, el gobernante se tiene que sentar a esperar que le toquen la campana. Los electores de Antioquia eligieron a Aníbal Gaviria por cuatro años y no por tres. Llamar a la irresponsabilidad del funcionario, no es un argumento leal con el pueblo que se dice representar. Buen mandatario es el que no solamente no se roba un peso, como tampoco el que no dilapida el tiempo. La lucha contra el hambre y la pobreza es hasta el último día y el último minuto. La popularidad de quien gobierna así merece gastarse. El olvido es la mejor recompensa para quienes teniendo responsabilidad pública, tienen tan poco, que nada arriesgan.