Aquí crecimos y aquí está lo poco que tenemos. Hace veinte años que llegamos a este barrio, veníamos de Ituango. Construimos este rancho, donde crecí con mis cinco hermanos. Como el cucho ha sido bueno para el aguardiente, la plata nunca alcanzaba. Por eso empecé a trabajar desde los doce años. Primero cargando mercados o la Placita de Flores, después de mensajero de una agencia de carros. Esta casa primero era una sola pieza, ahí nos acomodábamos todos con los (85) corotos. Ahora usted la ve, así, en material y más o menos amplia, pero no se imagina todo el trabajo que costó levantarla. Y uno en la vida lo que más quiere es lo que tiene que luchar, lo que hace con sus propias manos.
Cuando tenía 18 años me cogieron en una batida y me empacaron para el ejército. Pague los dos años reglamentarios con el disfraz. Cuando volví estuve un largo tiempo de cobrador y después de vendedor de libros. En esa época validé el bachillerato, por la noche, y empecé a meterme a la política de izquierda. Metiéndole inteligencia a la cabeza.
En el 85 llegaron al barrio los del M19. En ese tiempo estaban en el agite de los acuerdo de paz con Belisario. Un día pasaron, en un carro rojo, invitando a todos los que quisieran asistir a los campamentos. Allá fuimos a parar muchos, incluidos todos los viciosos y malosos del barrio. Eso era tremenda novedad. Uno pillar los chachos en directo, ¡uy sopas!.
Ellos daban charlas de formación política y organizaban actividades con la comunidad. A los que nos habíamos metido de milicianos no daban instrucción políticomilitar. Aprendimos a manejar fierros, a hacer explosivos, a planea operativos militares sencillos. Pero a la mayoría de los pelados no les sonaba tanto la carreta la política, les tramaba más que todo lo militar. Los del EPL, que también andaban de paces con el gobierno, empezaron a hacer lo mismo, a dar instrucción militar a la gente. (86)
Después empezaron a fallar los acuerdos con el gobierno. La policía allanó el campamento y se bajó la bandera. No se llevaron gente porque los compañeros estaban pilas y avisaron con tiempo. Los del Eme organizaron varios operativos, se dieron fuerte chumbimba con el ejército y después se pisaron. Muchos de los pelados de las milicias quedaron sueltos. Solo unos pocos se fueron con la guerrilla, pero la mayoría se regresaron. Algunos de ellos formaron combos para trabajar de cuenta propia. Esos combos se volvieron tremendas bandolas. Como tenían los conocimientos de la instrucción, a punta de trabucos y petardos armaron el descontrol.
Surgieron Los Nachos, Los Calvos, Los Montañeros, Los Pelusos y otras banditas que impusieron su terror. Esas bandas eran formadas por dos o tres mayores y una manada de culicagados crecidos a matones, peladitos de 13, 14, 15 años haciendo las del diablo. Cobraban impuestos, de dos mil pesos semanales a las tiendas y cinco mil a los colectivos, requisaban en la calle como si fueran la ley, atracaban los carros surtidores. El que nos les marchaba, o el que se defendía, de una pal cementerio, y a las familias las desterraban.
En 1986 y 1987 fue el auge total, las bandas controlaban todo el barrio. La vida cambió completamente, todo el mundo se encerraba en las casas a las 6 de la tarde. Entre ellos empezaron matarse, se peliaban por enredos de negocios, de venganzas o disputándose el territorio. Uno (87) encerrado en la casa escuchaba las plomaceras, más tenaces. Al otro día las noticias de los muertos, que por la iglesia, que por Andalucía, que dos por el colegio. Cinco o hasta diez muertos en una noche.
La ley solo se hizo sentir en forma en el 87 cuando le montaron la perseguidora a los Nachos. Detuvieron como 25 de ellos, los más fuertes y les tumbaron a los dos jefes principales. Quedaron prácticamente aniquilados. Pero surgieron otras bandolas más temidas todavía, cada vez más sanguinarias, mataban por ver caer.
Vea le cuento historias. Jairo, un pelado de sector de arriba, subió un viernes de trabajar y` se parchó en una heladería, por el terminal de buses. Quería, como de costumbre, tomarse una heladas y botar escape un rato, al son de la música. Allá le cayeron cuatro cochinos de un bandola. Lo cogieron de quieto y le robaron diez mil pesos, el pago de la semana. El se vi caminando y cuando iba como a la cuadra empezó a amenazarlos.
Hijueputas me las van a pagar les gritó varias veces y salió corriendo.